2 abr 2012

Evitando errores risibles (corrección de textos y la Anfibología)


La edición de textos es un servicio que contribuye a dejar muy claro el contenido de un escrito, que puede estar correcto, ortográfica y gramaticalmente, pero que puede tener errores de sintaxis, de modo que dificulta la comprensión y resta calidad al trabajo. 

Un error muy común es la  anfibología ( empleo de frases o palabras con más de una interpretación).
Estos son algunos ejemplos:
§  Mi padre fue al pueblo de José en su coche  (¿En el coche de quién?)
§  Mi padre fue en su coche al pueblo de José.
§  Mi padre fue al pueblo de José en el coche de éste.
§  Se bajó del caballo sin que se diera cuenta. (¿Quién no se dio cuenta?)
§  Se bajó del caballo sin que éste se diera cuenta.
§  Se bajó del caballo sin darse cuenta.
§  Se bajó del caballo sin que Susana se diera cuenta.
§  Pedro me repetía que él no tomaba alcohol continuamente.
§  Pedro me repetía continuamente que él no tomaba alcohol.
§  Pedro me repetía que no era continuamente que tomaba alcohol.
§  Se vende mantón para señora de Manila (¿Quién es de Manila?)
§  Se vende mantón de Manila para señora.
Otros casos:
§  El perro de Mozart  (¿Se refiere a que Mozart tenía un perro, o a que Mozart era muy malo tocando música?)
§  El cerdo del niño (¿El cerdo es del niño, o el niño es sucio como un cerdo?).
§  Se vende perro. Come de todo. Le gustan mucho los niños. (¿Le gusta comerse niños o le gusta las salchichas y es dócil con los niños?)
§  Fuimos al hipódromo y después al zoológico. Te dejamos un recado para que nos alcanzaras allá. (¿Dónde? ¿En el hipódromo o en el zoológico?)

Los comediantes usan la anfibología con mucha frecuencia, pues permite recursos muy cómicos. Un ejemplo clásico es de Groucho Marx, que lo usa en la película cómica Animal Crackers, cuando dice: «Una vez le disparé a un elefante en pijama. Lo que nunca sabré es cómo hizo para meterse en la pijama”. La oración primera no deja claro si Marx —vestido con pijama— le dio un tiro a un elefante, o si el elefante se encontraba en pijama. Por eso provoca risa la aclaración.
Una anfibología puede sugerir más de una interpretación. Para evitar esto, es necesario volver a escribir y acomodar las palabras de manera que las ideas estén lo más claras posibles.
La fresa sobre el helado: 
·        Autos usados en venta: ¿Irá a cualquier otro lugar adonde lo engañarán? ¡Venga con nosotros primero! (¿Necesita comentarios?)
Más info en:

21 mar 2011

La única y verdadera Poesía

Es siguiente texto pertenece a Luis Eduardo García, destacado poeta, periodista y docente universitario de Trujillo, quien luego de una exitosa y prolífica carrera ha pasado hace muy poco por la maravillosa experiencia de la paternidad. Pero para él, además de maravillosa ha sido una especie de giro copernicano a su vida, a sus planes, a sus creencias, a su cosmovisión. 
La reproduzco para ustedes como muestra del poder de la literatura y también el poder del amor.

¿En qué se parece el arte a una vida nueva? ¿Es un niño(a) la metáfora poética por excelencia?
Desde hace algún tiempo me había resignado a no ser padre y a sobrellevar con cierta dignidad una extraña vocación de solitario. En la preservación de este camino personal —que la mayoría de amigos y conocidos juzgaba mal y hasta con cierta sorna— renuncié a una serie de costumbres y hábitos sociales que a mí siempre me parecieron forzados y contrarios a mis intereses.
Lo normal es tener una familia, una casa, un porvenir. Yo había decidido solo tener un porvenir y hacer a un lado los roles sociales que todo ciudadano debe seguir para ser respetado y respetable. Y mi futuro —júzguenlo si quieren egoísta— pasaba por convertirme en alguien dedicado a tiempo completo a actividades «superiores»: escribir, leer y enseñar. La crítica más ácida de mi modo de pensar era mi madre. Ella decía que mis libros —no importa si de escaso tiraje y lectoría―la llenaban de orgullo porque eran como sus nietos, pero que ese orgullo podía ser el doble si yo algún día lograba procrear hijos de verdad. 
Paralelamente me había trazado un plan: darle la espalda al amor (mejor dicho: no volver a enamorarme) y alcanzar eso que algunos artistas llaman el «absoluto poético», el estado de gracia que algunos iluminados han alcanzado y que bien podría consistir en la creación de una metáfora poderosa o en la escritura de un mensaje que todos anhelan compartir pero no saben expresar de manera original. 
Dicen que los ideales se acaban cuando se vuelven realidad o cuando no pueden volverse realidad. Por un lado, yo estaba convencido que después de haber demostrado ser un completo fracaso en las relaciones sentimentales lo más lógico era llevar una vida independiente. Y por otro, tener un hija o hija significaba abandonar mi propósito de alcanzar la revelación que el arte le tiene prometido a sus seguidores. En ambos casos, mis anhelos no alcanzaron a convertirse en realidad. 
La verdad es que mi «plan» fracasó el día que conocí a Natalie y a la hija que ambos hemos engendrado con mucho amor: Luciana. Las dos derrumbaron a su estilo mi seguridad, mi soltería empedernida, mi negativa a descubrir que los niños representan un mundo que se vive y no se racionaliza. Su madre lo sabía hace mucho, y yo recién lo alcanzo a comprender. Aceptarlo ―aún cuando lo deseara en lo más profundo— me ha costado un extraño desdoblamiento: la mañana en que me dijeron que acababa de nacer Luciana mi pensamiento ardía de supuestos (la teoría es así de tramposa), mientras que mi cuerpo era atacado por vómitos y diarreas. Cuando fui a emergencia para que me atendieran, me dijeron todo era obra de mis nervios, de un espejismo de mis miedos más recónditos La paternidad es somática por si no lo saben.
Así es que cuando yo creía el amor más alejado de mí, este aparece como un tren a toda máquina y me pasa por encima. Y cuando estaba más seguro que nunca que la paternidad no era una mis cualidades, Luciana surge como un punto de luz en el horizonte y tuerce el destino ―mi destino— que yo imaginaba apartado de toda obligación social y marital. Esto es como quitarme de encima el chip de una vida pasada, como empezar de cero, como volver a nacer. 
Ahora que veo a Luciana junto a su madre en la cama del hospital donde ha nacido, ahora que la escucho llorar de hambre, entreabrir los ojos y ganarse con sus pocas fuerzas un lugar en este mundo huraño y patas arriba, me asalta otra vez la energía con la que antes solía perseguir el «absoluto poético», solo que esta vez siento que he fracaso antes, mucho antes, de haber empezado. En realidad, por ahora no hay nada que perseguir o buscar. Luciana es, en este mismo instante, la única y verdadera poesía, la que tanto tiempo me resultó imposible escribir.
 
Tomado de: http://sercorriente.blogspot.com/2011/02/la-unica-y-verdadera-poesia_26.html

2 nov 2010

Consejos para un escritor (Elmore Leonard)

Estas recomendaciones, a modo de guía básica, fueron elaboradas por Elmore Leonard (escritor y guionista norteamericano) y son tomadas de http://bestseller.blogcindario.com/2009/01/00330-el-decalogo-de-elmore-leonard.html

1. Nunca empieces un libro hablando del clima.
Si sólo te sirve para crear atmósfera y no es una reacción del personaje al clima, no debes usarlo demasiado. El lector buscará las reacciones del personaje. Hay algunas excepciones, claro. Si conoces más maneras de describir el hielo y la nieve que un esquimal, puedes hablar del clima tanto como te dé la gana.

2. Evita los prólogos.
Pueden resultar molestos, especialmente un prólogo después de una introducción que viene antes de la dedicatoria. Pero en no ficción son muy habituales. En una novela, el prólogo cuenta los antecedentes de la historia, pero no hace falta contarlos al principio, puedes ponerlos donde quieras.
Siempre hay excepciones, claro. Dulce jueves de John Steinbeck tiene prólogo, pero me parece bien porque es un personaje del libro que deja claras las reglas, que nos explica como le gusta que le cuenten las cosas.
Lo que hace Steinbeck en Dulce jueves fue titular los capítulos a modo de indicación, aunque algo oscura, de lo que tratan. Hay dos capítulos que llega a titularlos "hooptedoodle" (palabrería) en los que avisa al lector: "Aquí haré vuelos espectaculares con mi escritura, y no se entremezclará con la historia. Sáltatelos si quieres".
Dulce jueves se publicó en 1954, cuando yo empezaba a publicar, y nunca olvidaré el prólogo. ¿Me leí los capítulos hooptedoodle? Cada palabra.

3. No uses más que "dijo" en el diálogo.
La frase, en el diálogo, pertenece al personaje. El verbo viene a ser el escritor husmeando donde no debería. El verbo "decir" es bastante menos intruso que "gruñir", "exclamar", "preguntar", "interrogar"... Cierta vez leí un "ella aseveró" al final de una frase de un personaje de Mary McCarthy y tuve que parar de leer para buscarlo el diccionario.

4. Nunca uses un adverbio para modificar el verbo "decir".
... amonestó severamente. Usar un adverbio de esta manera (o de casi cualquier manera) es un pecado mortal. El escritor se expone a interrumpir el ritmo de intercambio cuando usa este tipo de palabras. Un personaje cuenta en uno de mis libros cómo solía escribir sus romances históricos "llenos de violaciones y adverbios".

5. Controla los signos de exclamación.
Se permiten alrededor de dos o tres exclamaciones por cada 100.000 palabras en prosa. Si tienes el don de Tom Wolfe con ellos, puedes usarlos profusamente.

6. Nunca uses palabras como "de repente" o "de pronto".
Esta regla no requiere ninguna explicación. Me he dado cuenta de que los escritores que usan exclamaciones como "de repente" suelen tener menos control sobre sus signos de exclamación.

7. Usa términos dialectales muy de vez en cuando.
Si empiezas a llenar la página de diálogo ininteligible, no podrás parar. Un buen ejemplo sería Annie Proulx, que es capaz de captar muy bien el sabor del habla de Wyoming.

8. Evita las descripciones demasiado detalladas de los personajes.
Steinbeck lo hacía. Pero en Colinas como elefantes blancos Hemingway por ejemplo, usa una única descripción para el personaje de la mujer que acompaña al americano: "Se quitó el sombrero y lo dejó en la mesa". Es la única referencia física en la historia, pero aún y así vemos a la pareja y sabemos de ellos por su tono de voz... sin adverbios que los acompañen.

9. No entres en demasiados detalles al describir lugares y cosas.
Si no eres Margaret Atwood, que pinta escenas con el lenguaje o no puedes describir el paisaje como lo hace Jim Harrison, no lo hagas. Incluso si estás dotado para las descripciones, ten en cuenta que el meollo de la historia debe ser la acción, no la descripción.

10. Trata de eliminar todo aquello que el lector tiende a saltarse.
Esta regla se me ocurrió en 1983. Piensa en lo que te saltas cuando lees una novela: largos párrafos de prosa con demasiadas palabras. ¿Qué está haciendo el escritor? Hablar del tiempo, o ha entrado en la mente del personaje y el lector o bien sabe qué es lo que piensa el personaje, o bien no le importa. Me apuesto lo que sea a que no te saltas el diálogo.

Mi regla más importante es una que las engloba a las diez:

Si suena como lenguaje escrito, lo vuelvo a escribir.
Si la gramática se inmiscuye en la historia, la abandono. No puedo permitir que lo que aprendí en clase de redacción altere el sonido y el ritmo de la narración. Es mi intento de permanecer invisible, no distraer al lector de lo que es escritura obvia (Joseph Conrad habló una vez de las palabras que se inmiscuyen en lo que quieres contar). Si escribo una escena, siempre desde el punto de vista de un personaje (el que me da la mejor visión de la vida en esa escena en particular) puedo concentrarme en las voces de los personajes contando quienes son y cómo se sienten, qué ven y qué sucede. Así es como desaparezco de la escena.

23 oct 2010

ASESORAMIENTO INTEGRAL




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EDICIÓN (revisión y corrección de estilo)

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DISEÑO INTERIOR (contenido) y EXTERIOR (carátula y contracarátula)


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