Es siguiente texto pertenece a Luis Eduardo García, destacado poeta, periodista y docente universitario de Trujillo, quien luego de una exitosa y prolífica carrera ha pasado hace muy poco por la maravillosa experiencia de la paternidad. Pero para él, además de maravillosa ha sido una especie de giro copernicano a su vida, a sus planes, a sus creencias, a su cosmovisión.
La reproduzco para ustedes como muestra del poder de la literatura y también el poder del amor.
¿En qué se parece el arte a una vida nueva? ¿Es un niño(a) la metáfora poética por excelencia?
Desde hace algún tiempo me había resignado a no ser padre y a sobrellevar con cierta dignidad una extraña vocación de solitario. En la preservación de este camino personal —que la mayoría de amigos y conocidos juzgaba mal y hasta con cierta sorna— renuncié a una serie de costumbres y hábitos sociales que a mí siempre me parecieron forzados y contrarios a mis intereses.
Lo normal es tener una familia, una casa, un porvenir. Yo había decidido solo tener un porvenir y hacer a un lado los roles sociales que todo ciudadano debe seguir para ser respetado y respetable. Y mi futuro —júzguenlo si quieren egoísta— pasaba por convertirme en alguien dedicado a tiempo completo a actividades «superiores»: escribir, leer y enseñar. La crítica más ácida de mi modo de pensar era mi madre. Ella decía que mis libros —no importa si de escaso tiraje y lectoría―la llenaban de orgullo porque eran como sus nietos, pero que ese orgullo podía ser el doble si yo algún día lograba procrear hijos de verdad.
Paralelamente me había trazado un plan: darle la espalda al amor (mejor dicho: no volver a enamorarme) y alcanzar eso que algunos artistas llaman el «absoluto poético», el estado de gracia que algunos iluminados han alcanzado y que bien podría consistir en la creación de una metáfora poderosa o en la escritura de un mensaje que todos anhelan compartir pero no saben expresar de manera original.
Dicen que los ideales se acaban cuando se vuelven realidad o cuando no pueden volverse realidad. Por un lado, yo estaba convencido que después de haber demostrado ser un completo fracaso en las relaciones sentimentales lo más lógico era llevar una vida independiente. Y por otro, tener un hija o hija significaba abandonar mi propósito de alcanzar la revelación que el arte le tiene prometido a sus seguidores. En ambos casos, mis anhelos no alcanzaron a convertirse en realidad.
La verdad es que mi «plan» fracasó el día que conocí a Natalie y a la hija que ambos hemos engendrado con mucho amor: Luciana. Las dos derrumbaron a su estilo mi seguridad, mi soltería empedernida, mi negativa a descubrir que los niños representan un mundo que se vive y no se racionaliza. Su madre lo sabía hace mucho, y yo recién lo alcanzo a comprender. Aceptarlo ―aún cuando lo deseara en lo más profundo— me ha costado un extraño desdoblamiento: la mañana en que me dijeron que acababa de nacer Luciana mi pensamiento ardía de supuestos (la teoría es así de tramposa), mientras que mi cuerpo era atacado por vómitos y diarreas. Cuando fui a emergencia para que me atendieran, me dijeron todo era obra de mis nervios, de un espejismo de mis miedos más recónditos La paternidad es somática por si no lo saben.
Así es que cuando yo creía el amor más alejado de mí, este aparece como un tren a toda máquina y me pasa por encima. Y cuando estaba más seguro que nunca que la paternidad no era una mis cualidades, Luciana surge como un punto de luz en el horizonte y tuerce el destino ―mi destino— que yo imaginaba apartado de toda obligación social y marital. Esto es como quitarme de encima el chip de una vida pasada, como empezar de cero, como volver a nacer.
Ahora que veo a Luciana junto a su madre en la cama del hospital donde ha nacido, ahora que la escucho llorar de hambre, entreabrir los ojos y ganarse con sus pocas fuerzas un lugar en este mundo huraño y patas arriba, me asalta otra vez la energía con la que antes solía perseguir el «absoluto poético», solo que esta vez siento que he fracaso antes, mucho antes, de haber empezado. En realidad, por ahora no hay nada que perseguir o buscar. Luciana es, en este mismo instante, la única y verdadera poesía, la que tanto tiempo me resultó imposible escribir.
Tomado de: http://sercorriente.blogspot.com/2011/02/la-unica-y-verdadera-poesia_26.html
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21 mar 2011
La única y verdadera Poesía
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